-Bueno, Moisés cuida mucho de tu madre que no me habías dicho que eran tan guapa.
-Mamá, mamá… Este señor me ha dado esto por cuidar de su caballo, y esto, para que tú te lo guardes. –Dijo el niño mientras enseñaba, las quince, y las quinientas pesetas.
-¿Pero Moisés no te tengo dicho que no aceptes nada de extraños, y si te hubiese hecho algo? –Dijo la madre dirigiéndose al niño, y le luego, miró a Moisés, y le dijo–. Muchas gracias, pero, no podemos aceptarlo, es mucho dinero y a usted le hará falta.
-No se preocupe… Guárdeselo, a mi no me hace falta, y si me hiciera, sé cuidar de mí mismo, siempre será más fácil que yo encuentre un trabajo antes que usted, además, debe cuidar de su hijo, para que llegue a ser alguien de provecho.
-Gracias de verdad, si hay algo que pueda hacer por usted o su familia no dude en decírmelo… –Dijo, la madre de Moisés agradeciéndoselo–. Me llamo Raquel, estaré aquí una temporada por si quiere algo.
-De acuerdo, muchas gracias, ahora, he de ir al hostal antes que oscurezca y no lo encuentre.
De esta forma Moisés, se fue de aquel lugar hacia el hostal. Todo era demasiado confuso, aquel niño se llamaba cómo él, la madre, era Raquel, la voz de aquella mujer le resultaba conocida, al chico se le había muerto el padre… todo parecía encajar, menos una cosa, la más importante. Ninguno de los tres había podido reconocerse. Lo más seguro es que sólo sean casualidades, pero, en su corazón, había algo que le decía que era ella, que era él. Esas dos personas habían formado parte de su vida. Cuando los ojos de esa mujer le habían mirado, se habían iluminado, habían resplandecido, emocionados.
Quizás, a partir de ahora, no pueda hacerle caso a mis sueños, ahora, más que nunca estarán guiados por lo que ha pasado esta tarde. Tendré que olvidarme por completo de mi pasado, y comenzar una nueva vida renunciando a todo lo que, quizás, un día amé. A todo aquello que me hizo crecer, y motivó mis ilusiones y mis sueños. A partir de esta noche, para bien o para mal, todo cambiará. Mañana al despertar, buscaré un empleo, e intentaré vivir en el hostal ahorrando algo de dinero, hasta que pueda vivir en otro lugar.
Todos aquellos pensamientos recorrían la mente de Moisés, y sin quererlo, o al menos, sin darse cuenta, llegó al hostal. Pero, al llegar, allí estaba Raquel, y el pequeño Moisés, ¿qué hacéis aquí? Le preguntó más cómo queja, que cómo sorpresa. Raquel le respondió que aquel hostal no era lugar para que durmiera el padre de su hijo, que no era lugar, para que durmiera su marido. No era lugar para él. Tras aquellas palabras, y con lágrimas en los ojos, bajo los ojos atónitos de los dos Moisés, Raquel, se abalanzó sobre el cuello del mayor, y le dijo, que él era quién creía ser.
-Sí, cariño, soy yo. Y eres tú. Te he estado buscando tanto tiempo, este mes ha sido muy duro, has cambiado mucho, al verte no he podido reconocerte, pero, ahora sé que no hay duda, el corazón de una mujer no se equivoca. Eres Tú, tú eres mi amor…
-¿Entonces…? Es cierto, al final he encontrado mi pasado, ese pasado que tanto me ha costado buscar. Ese pequeñín es mi hijo… y tú, el amor de mi vida. Perdonadme por favor, no he sabido reconoceros, pero, había perdido la memoria. Y ni siquiera sabía quién era… Mi único vínculo con vosotros han sido algunos sueños, en los que me creía loco, al ver imágenes del pasado…
-¿Qué importa el pasado?, ¿Qué importan los recuerdos? Lo que importa es que has vuelto, y por fin volveremos a estar juntos…
Mientras decía aquellas palabras Raquel besaba a Moisés, y el pequeño Moisés lloraba de emoción, su padre, no estaba muerto, y su madre volvía a sonreír… Aún quedaban muchas cosas por contar, aún quedaba mucho por recordar, o mejor aún, muchos recuerdos por crear… Pero, al menos, ahora volvían a estar los tres…
-Mamá, mamá… Este señor me ha dado esto por cuidar de su caballo, y esto, para que tú te lo guardes. –Dijo el niño mientras enseñaba, las quince, y las quinientas pesetas.
-¿Pero Moisés no te tengo dicho que no aceptes nada de extraños, y si te hubiese hecho algo? –Dijo la madre dirigiéndose al niño, y le luego, miró a Moisés, y le dijo–. Muchas gracias, pero, no podemos aceptarlo, es mucho dinero y a usted le hará falta.
-No se preocupe… Guárdeselo, a mi no me hace falta, y si me hiciera, sé cuidar de mí mismo, siempre será más fácil que yo encuentre un trabajo antes que usted, además, debe cuidar de su hijo, para que llegue a ser alguien de provecho.
-Gracias de verdad, si hay algo que pueda hacer por usted o su familia no dude en decírmelo… –Dijo, la madre de Moisés agradeciéndoselo–. Me llamo Raquel, estaré aquí una temporada por si quiere algo.
-De acuerdo, muchas gracias, ahora, he de ir al hostal antes que oscurezca y no lo encuentre.
De esta forma Moisés, se fue de aquel lugar hacia el hostal. Todo era demasiado confuso, aquel niño se llamaba cómo él, la madre, era Raquel, la voz de aquella mujer le resultaba conocida, al chico se le había muerto el padre… todo parecía encajar, menos una cosa, la más importante. Ninguno de los tres había podido reconocerse. Lo más seguro es que sólo sean casualidades, pero, en su corazón, había algo que le decía que era ella, que era él. Esas dos personas habían formado parte de su vida. Cuando los ojos de esa mujer le habían mirado, se habían iluminado, habían resplandecido, emocionados.
Quizás, a partir de ahora, no pueda hacerle caso a mis sueños, ahora, más que nunca estarán guiados por lo que ha pasado esta tarde. Tendré que olvidarme por completo de mi pasado, y comenzar una nueva vida renunciando a todo lo que, quizás, un día amé. A todo aquello que me hizo crecer, y motivó mis ilusiones y mis sueños. A partir de esta noche, para bien o para mal, todo cambiará. Mañana al despertar, buscaré un empleo, e intentaré vivir en el hostal ahorrando algo de dinero, hasta que pueda vivir en otro lugar.
Todos aquellos pensamientos recorrían la mente de Moisés, y sin quererlo, o al menos, sin darse cuenta, llegó al hostal. Pero, al llegar, allí estaba Raquel, y el pequeño Moisés, ¿qué hacéis aquí? Le preguntó más cómo queja, que cómo sorpresa. Raquel le respondió que aquel hostal no era lugar para que durmiera el padre de su hijo, que no era lugar, para que durmiera su marido. No era lugar para él. Tras aquellas palabras, y con lágrimas en los ojos, bajo los ojos atónitos de los dos Moisés, Raquel, se abalanzó sobre el cuello del mayor, y le dijo, que él era quién creía ser.
-Sí, cariño, soy yo. Y eres tú. Te he estado buscando tanto tiempo, este mes ha sido muy duro, has cambiado mucho, al verte no he podido reconocerte, pero, ahora sé que no hay duda, el corazón de una mujer no se equivoca. Eres Tú, tú eres mi amor…
-¿Entonces…? Es cierto, al final he encontrado mi pasado, ese pasado que tanto me ha costado buscar. Ese pequeñín es mi hijo… y tú, el amor de mi vida. Perdonadme por favor, no he sabido reconoceros, pero, había perdido la memoria. Y ni siquiera sabía quién era… Mi único vínculo con vosotros han sido algunos sueños, en los que me creía loco, al ver imágenes del pasado…
-¿Qué importa el pasado?, ¿Qué importan los recuerdos? Lo que importa es que has vuelto, y por fin volveremos a estar juntos…
Mientras decía aquellas palabras Raquel besaba a Moisés, y el pequeño Moisés lloraba de emoción, su padre, no estaba muerto, y su madre volvía a sonreír… Aún quedaban muchas cosas por contar, aún quedaba mucho por recordar, o mejor aún, muchos recuerdos por crear… Pero, al menos, ahora volvían a estar los tres…
Cuándo todo está perdido, cuándo no sabemos por dónde ir,
Surge un nuevo rayo de esperanza que nos ilumina el camino a seguir.
Surge un nuevo rayo de esperanza que nos ilumina el camino a seguir.