Hace ya algunos siglos, en algún lugar, no lo recuerdo con exactitud, tan sólo sé, tan sólo cuentas las leyendas, que fue cerca de Astorga en una noche de muertos, una noche, para los no creyentes como otra cualquiera, pero, en aquellos reinos cristianos al norte de Al-Ándalus tenían fe ciega en Dios, y en las almas errantes. En la Santa Compaña, en la procesión de las ánimas para llevarse los cuerpos al otro lado.
Y fue entonces cuando ella, una joven, quizás no demasiado bella a los ojos de los demás, pero, la única que le había conseguido robar el corazón a aquel chaval. Ella había conseguido que su enamorado le escribiera los poemas más hermosos jamás escritos, y el amor entre los dos casi podía tomarse como ofrenda al amor de Dios en aquel tiempo.
Y, quizás fuera por eso, o tal vez por el devenir del destino, pero, ella, aquella noche de muertos, se adentró en el bosque. Tenía que ir al pueblo vecino a visitar a su tío, que estaba gravemente enfermo, y había solicitado su presencia días antes. Marchó, se adentró en el bosque y, tras su paso, una espesa niebla comenzaba a nacer, pronto se disolvió su silueta.
Ella le prometió volver al amanecer, él quiso acompañarla, pero ella se lo impidió. Pasaron angustiosas horas. A lo lejos se oía un caballo galopar, y relinchar, él pensó que regresaba su amada, pero, sólo era un mensajero con malas noticias. Su tío ya había fallecido, y no era necesario que ella fuera a verlo. Él entusiasmado se adentró en el bosque, cerca ya de medianoche, debía encontrarla y traerla de vuelta.
Se adentró en el bosque, con sus brazos intentaba abrirse paso entre la densa niebla. Corría y gritaba su nombre: “Rocío”, “Rocío, vuelve tú tío ya murió”, “Rocío, ¿dónde estás?”. Repetía una y otra vez, sentía que le faltaba el aliento, no podía correr, gritar y respirar allí. Fue entonces cuando la vio, allí estaba ella, esperándole desfallecida; sobre la hierba, se encontraba su cuerpo, mas sin alma ni vida. Se acabó su amor.
Al amanecer siguiente tuvo lugar la sepultura, allí en el bosque, dónde la noche antes, según los ancianos, el alma de Rocío se fue con la Santa Compaña. Desesperado, se abalanzó sobre el ataúd, ya no la volvería a ver, tan sólo había una solución: Ser víctima de la Compaña como su dama. Ante todos los presentes, se arrodilló y lo juró. En el próximo día de todos los santos, moriría para estar al fin otra vez a su lado.
Desde aquel día, pasó todo el tiempo encerrado en su hogar, inmerso en todos los recuerdos de su amor, en tantos poemas, tantos besos y tanta pasión reprimida por los ideales de la iglesia…
Tras tantas noches, la espera tuvo su fin. Llegó el día de los muertos, y salió de su casa. Se dirigió hacia el bosque. La gente al verlo pasar, se sorprendía y se lamentaban por él; no entendían que deseara morir por un amor. No llegaban a alcanzar sus corazones, él tan sólo sonreía, después de tanto tiempo estaría por toda la eternidad al lado de Rocío.
Por última vez se adentró en el bosque: “Rocío, espérame ahora estaré junto a ti”. Llegó al lugar dónde ella murió, y espero a la Santa Compaña. Ésta vez las ánimas llegaron presididas por el alma de Rocío, que se llevó a la de su amor por siempre. Nada los separará.