Vas por la calle, solo. Miras a tus alrededores, y no ves a nadie. O quizás sea que no has querido verlos. Hace ya varias semanas que acabó tu relación con ella, pero, nada ha cambiado desde entonces no has podido sentir ni un solo instante de alegría, ni un sólo recuerdo feliz ha llegado a tu mente, tan sólo los malos momentos, y como escribió aquel escritor, sentir la crónica de una muerte anunciada.
Apenas has hablado con la gente, tal vez una vez, sí una vez... la recuerdas cómo si esas hubieren sido las últimas palabras antes de quedarte mudo, y de morir en silencio... Fue aquel cartero, cuando subió aquella carta, aquel paquete para ella... Te la dió, firmaste, y cuando pudiste ver que era para ella. Le devolciste el paquete, agachando la cabeza y susurrándole que ya no vivía allí.
Cerraste la puerta, como el aveztruz que esconde la cabeza en la tierra por miedo. Querías ocultarte del resto del mundo, olvidarlo todo y desaparecer. Pero no pudiste... tan sólo te apoyaste en la pared y comenzaste a llorar, golpeaste la pared con impotencia. Y fue entonces, fue entonces cuándo la última foto que te quedaba con ella, cayó al suelo. El marco quedó intacto, pero, los cristales se rompieron, y por el peso de ellos, se rasgó la foto.
Ya todo daba igual... ya nada tenía sentido. Vivir o morir. Morir en vida o vivir con la muerte, todo era lo mismo para ti, para tu corazón, tan maltrecho por el amor como por aquel infarto, que acabó en un marcapasos. Ese maldito marcapasos que nunca dejaba de hacer su peculiar tun tu-tun. El mismo tun que tanta otras veces la había despertado a ella. Pero, ella se lo cayó, no te dijo nada. Mas, tú en sus ojos lo podiás leer, o quizás lo leyeras en sus ojeras, sus cambios de humor al despertar.
¿Qué importaba todo eso ahora? Vuestra relación estaba rota, al igual que aquella foto que estaba en el suelo. No te dió ninguna explicación, pero un día desapareció y no la volviste a a ver nunca más. En tu memoria, ya mermada por tantas pastillas resuena aquella frase que una vez te dijeron: "A veces cuando una persona con marcapasos muere, su corazón sigue latiendo". Siempre dudaste sobre la veracidad de esa frase, pero, hoy, estabas dispuesto a comprobarla.
Cogiste el cristal más grande que había en el suelo, y te fuiste al baño. Por el camino, te lo clavaste en los dedos, y derramaste algunas gotas de sangre, no sentiste dolor, las pastillas te lo impedían. Ya en el baño, frente al espejo, alzaste el brazo derecho, tú siempre fuiste zurdo, algo que irritaba tanto a ella, porque a la hora de comer, chocaban vuestros codos... Con la mano aún dubitativa, te desgarraste el brazo desde la muñeca hasta el codo, y antes de que pasaran más segundos, hiciste lo propio con el izquierdo. No querías que hubiera dudas, ibas a morir.
Encontes... entró ella por la puerta de la casa, nadie le recibió el día que llegó, a él lo llamó y el silencio habló, Cariño, ¿dónde estás? Ya no me iré nunca jamás...
pero, ya era demasiado tarde. Tú corazón aún latía, pero, era preso del marcapasos. No podía hacer nada por salvarte, habías perdido mucha sangre, y las heridas eran demasiado profundas como para taparlas, pensó en los torniquetes, pero, era tarde para ello. Ella que sólo había estado unos días fuera, visitando a los padres, ella que había venido antes de lo pensado porque su instinto femenino se lo dijo, ella que sabía de tu locura, y aún así te dejo sólo. Ella, ella, ella... se maldecía por tu muerte... se maldecía por sus Lágrimas de Dolor...
Apenas has hablado con la gente, tal vez una vez, sí una vez... la recuerdas cómo si esas hubieren sido las últimas palabras antes de quedarte mudo, y de morir en silencio... Fue aquel cartero, cuando subió aquella carta, aquel paquete para ella... Te la dió, firmaste, y cuando pudiste ver que era para ella. Le devolciste el paquete, agachando la cabeza y susurrándole que ya no vivía allí.
Cerraste la puerta, como el aveztruz que esconde la cabeza en la tierra por miedo. Querías ocultarte del resto del mundo, olvidarlo todo y desaparecer. Pero no pudiste... tan sólo te apoyaste en la pared y comenzaste a llorar, golpeaste la pared con impotencia. Y fue entonces, fue entonces cuándo la última foto que te quedaba con ella, cayó al suelo. El marco quedó intacto, pero, los cristales se rompieron, y por el peso de ellos, se rasgó la foto.
Ya todo daba igual... ya nada tenía sentido. Vivir o morir. Morir en vida o vivir con la muerte, todo era lo mismo para ti, para tu corazón, tan maltrecho por el amor como por aquel infarto, que acabó en un marcapasos. Ese maldito marcapasos que nunca dejaba de hacer su peculiar tun tu-tun. El mismo tun que tanta otras veces la había despertado a ella. Pero, ella se lo cayó, no te dijo nada. Mas, tú en sus ojos lo podiás leer, o quizás lo leyeras en sus ojeras, sus cambios de humor al despertar.
¿Qué importaba todo eso ahora? Vuestra relación estaba rota, al igual que aquella foto que estaba en el suelo. No te dió ninguna explicación, pero un día desapareció y no la volviste a a ver nunca más. En tu memoria, ya mermada por tantas pastillas resuena aquella frase que una vez te dijeron: "A veces cuando una persona con marcapasos muere, su corazón sigue latiendo". Siempre dudaste sobre la veracidad de esa frase, pero, hoy, estabas dispuesto a comprobarla.
Cogiste el cristal más grande que había en el suelo, y te fuiste al baño. Por el camino, te lo clavaste en los dedos, y derramaste algunas gotas de sangre, no sentiste dolor, las pastillas te lo impedían. Ya en el baño, frente al espejo, alzaste el brazo derecho, tú siempre fuiste zurdo, algo que irritaba tanto a ella, porque a la hora de comer, chocaban vuestros codos... Con la mano aún dubitativa, te desgarraste el brazo desde la muñeca hasta el codo, y antes de que pasaran más segundos, hiciste lo propio con el izquierdo. No querías que hubiera dudas, ibas a morir.
Encontes... entró ella por la puerta de la casa, nadie le recibió el día que llegó, a él lo llamó y el silencio habló, Cariño, ¿dónde estás? Ya no me iré nunca jamás...
pero, ya era demasiado tarde. Tú corazón aún latía, pero, era preso del marcapasos. No podía hacer nada por salvarte, habías perdido mucha sangre, y las heridas eran demasiado profundas como para taparlas, pensó en los torniquetes, pero, era tarde para ello. Ella que sólo había estado unos días fuera, visitando a los padres, ella que había venido antes de lo pensado porque su instinto femenino se lo dijo, ella que sabía de tu locura, y aún así te dejo sólo. Ella, ella, ella... se maldecía por tu muerte... se maldecía por sus Lágrimas de Dolor...
5 Vencidos:
ufff... a veces la desesperación conduce a situaciones así, a no confiar en la vida, a no dar tiempo a cicatrizar heridas... y al final pierdes por nada. Estremecedor relato, un besuco!
Que puedo decir...triste, maravillosa, extraordinaria...sin palabras...
PD: te dejo esta canción la tuve en la cabeza mientras leía...(no se si entre lo que hemos intercambiado esta se me coló yá..."aunque lo dudo"...es de mis favoritas...
Muchos Besos Dulce!!!
http://es.youtube.com/watch?v=bVlEOiJjZHE&feature=related
Carlota, pues sí... la desesperación nos convierte en otras personas, a veces, no somos ni personas...
Polie, gracias por tus palabras. No sé si me la has pasado alguna vez, pero, en cuanto pueda la miro, ya sabes que estoy líado con la uni...
Besos a las dos!
Me ha gustado mucho... Un abrazo..
Eigual, me alegro... ;)
Gracias.
Abrazos guapa
Véncete a Las Palabras