Erase una vez un joven de unos veinte años, tenía una vida agradable, sin demasiados sobresaltos, sin demasiadas presiones, tan sólo, seguir cada día con sus estudios, y, algún día alcanzar sus sueños. Esos que tanto ansiaba, y que le gustaba pensar que luchaba a su manera por ellos. Pero, en realidad no luchaba demasiado, aunque tampoco los dejó nunca abandonados a su encanto. Esto es una historia muy larga que otro día será contada…
La que nos importa hoy, es la relacionada con su forma de ser, con su actitud. Este joven era un poco, bastante, vergonzoso. Casi siempre actuaba bajo la timidez, acababa actuando como a veces no quería, actuaba eligiendo su propio camino, pero no el que más deseaba, sólo el que su cobardía le permitía.
Por ello, aquel joven, siempre pensó que cometió muchos errores, o quizás fueron aciertos, sólo Allah lo sabía. Él estaba empeñado en verlos como errores. Y simplemente, se cegaba en aquellos momentos de su vida, pensaba, recapacitaba, recordaba, imaginaba, suponía… Todo, hacía de todo, pero en pasado.
Sin embargo, a pesar de todo, él sabía muy bien que todos aquellos recuerdos, aquellas sendas jamás recorridas le estaban haciendo daño, y debía olvidarlas. “Si no puedes volver a retomarlas es mejor buscar tu nuevo camino” pensaba una y otra vez. Así que decidió actuar de una vez por todas. Si quería vivir era la única solución, si quería dejar de existir tendría que hacerlo; tan sólo debía Olvidar.
Metió todos aquellos recuerdos, todas aquellas bifurcaciones de caminos, en una pequeña caja, y la abandonó en una pequeña esquina de su jardín personal, El Jardín del Olvido. Allí, permanecería la caja. Sin abrirse. Sin inmutarse, olvidándose en sí misma, olvidando todos aquellos cruces que ya jamás podrá retomar. Si no podía volver a caminar por aquellas sendas, no merecía la pena seguir recordándolas. Enterró la caja tan profunda como pudo, asegurándose de que nadie lo viera, para así,
Quizás algún día esos recuerdos del pasado, aquellas sombras le enseñarían algo, pero, para eso aún parecía quedar mucho, al menos hasta que fuese tan fuerte de espíritu como para desenterrar la caja y dejar allí aquellos viejos fantasmas. De esa forma sólo se quedaría con lo que pudiera aprender. Por eso esa cajita, permanecerá allí.
Algún tiempo atrás, también había depositado allí una parecida, pero más débil que está, más fácil de abrir, más fácil para volver a sufrir. Y un día, por la noche, cuando los fantasmas son más fuertes fue y la abrió… No le sirvió de nada, pero esta vez será distinto. La dejará hasta que sólo quede allí todo lo que pueda aprender sin fantasmas, sin “Y si”.
Sí… cómo os habéis imaginado, ese joven era, y es: La Dulce Pena.
La que nos importa hoy, es la relacionada con su forma de ser, con su actitud. Este joven era un poco, bastante, vergonzoso. Casi siempre actuaba bajo la timidez, acababa actuando como a veces no quería, actuaba eligiendo su propio camino, pero no el que más deseaba, sólo el que su cobardía le permitía.
Por ello, aquel joven, siempre pensó que cometió muchos errores, o quizás fueron aciertos, sólo Allah lo sabía. Él estaba empeñado en verlos como errores. Y simplemente, se cegaba en aquellos momentos de su vida, pensaba, recapacitaba, recordaba, imaginaba, suponía… Todo, hacía de todo, pero en pasado.
Sin embargo, a pesar de todo, él sabía muy bien que todos aquellos recuerdos, aquellas sendas jamás recorridas le estaban haciendo daño, y debía olvidarlas. “Si no puedes volver a retomarlas es mejor buscar tu nuevo camino” pensaba una y otra vez. Así que decidió actuar de una vez por todas. Si quería vivir era la única solución, si quería dejar de existir tendría que hacerlo; tan sólo debía Olvidar.
Metió todos aquellos recuerdos, todas aquellas bifurcaciones de caminos, en una pequeña caja, y la abandonó en una pequeña esquina de su jardín personal, El Jardín del Olvido. Allí, permanecería la caja. Sin abrirse. Sin inmutarse, olvidándose en sí misma, olvidando todos aquellos cruces que ya jamás podrá retomar. Si no podía volver a caminar por aquellas sendas, no merecía la pena seguir recordándolas. Enterró la caja tan profunda como pudo, asegurándose de que nadie lo viera, para así,
Quizás algún día esos recuerdos del pasado, aquellas sombras le enseñarían algo, pero, para eso aún parecía quedar mucho, al menos hasta que fuese tan fuerte de espíritu como para desenterrar la caja y dejar allí aquellos viejos fantasmas. De esa forma sólo se quedaría con lo que pudiera aprender. Por eso esa cajita, permanecerá allí.
Algún tiempo atrás, también había depositado allí una parecida, pero más débil que está, más fácil de abrir, más fácil para volver a sufrir. Y un día, por la noche, cuando los fantasmas son más fuertes fue y la abrió… No le sirvió de nada, pero esta vez será distinto. La dejará hasta que sólo quede allí todo lo que pueda aprender sin fantasmas, sin “Y si”.
Sí… cómo os habéis imaginado, ese joven era, y es: La Dulce Pena.